“El dinero es libertad acuñada”. Dostoievski escribió estas palabras en circunstancias especialmente adversas: preso en un campo de trabajo siberiano, a 3.000 km de Moscú, donde pasó cuatro años encadenado de modo permanente. (Solo se libraba de las cadenas durante sus estancias en la enfermería, que aprovechaba para escribir a escondidas algunas notas en una libreta).
Como le ocurrió a Dostoievski con la libertad, nos hacemos conscientes de la importancia de las cosas cuando estamos a punto de perderlas. Quisiera llamar la atención sobre la incipiente cruzada contra el pago en efectivo que amenaza nuestra libertad.
La guerra contra el dinero en efectivo (war on cash) se inició hace unos años en Estados Unidos, en el contexto de la lucha contra la delincuencia organizada. Se trataba de impedir el “tráfico de maletines con dinero negro”. Evidentemente, si solo hay disponibles billetes pequeños, se dificulta esa circulación: harían falta pesadas maletas para mover el dinero. Por este motivo, en 1969 se dejaron de emitir billetes de 500, 1.000, 5.000 y 10.000 dólares. Siguen siendo de curso legal, pero de hecho se encuentran en poder de coleccionistas. Ahora se discute suprimir incluso los billetes de 100 dólares. Se aduce que apenas se utilizan en el día a día y que facilitan la actividad delictiva: un millón de dólares en billetes de 100 cabe en un maletín de ejecutivo. Los defensores de esta medida han encontrado un nuevo apoyo en la lucha contra el terrorismo islámico. Pero es ingenuo pensar que un tope de, por ejemplo, 5.000 dólares pueda impedir el acceso de los terroristas al mercado de armamento.
En el fondo, la supuesta lucha contra la delincuencia no es más que una coartada para la alianza estratégica de tres actores sumamente poderosos: Silicon Valley, Wall Street y Washington. El sector informático está interesado en la digitalización de todos los ámbitos –Big Data–; las entidades financieras se prometen pingües beneficios de la banca electrónica y del uso masivo de las tarjetas; y el gobierno federal aspira a controlarlo todo, como nos han mostrado las revelaciones de Edward Snowden sobre la actividad de la NSA. Durante años –y para nuestra desgracia— ha habido una completa sintonía entre Washington y los cinco grandes del sector informático –Apple, Google, Amazon, Facebook y Microsoft–. Es reconfortante que por fin Apple se haya atrevido recientemente a plantar cara al FBI.
En Europa no estamos a salvo: la guerra contra el dinero en efectivo está ya aquí y con los mismos argumentos. El Banco Central Europeo acaba de anunciar su propósito de no imprimir más billetes de 500 euros. Su presidente, Mario Draghi, confía en asestar así un golpe definitivo a terroristas, defraudadores y traficantes, pero no menciona que la cibercriminalidad constituye una realidad de dimensiones e importancia crecientes.
La discusión está servida. El Ministerio de Hacienda alemán se propone limitar a 5000 euros los pagos en efectivo, mientras que los expertos económicos del Partido Socialista (SPD) reclaman sencillamente la supresión de los billetes de 500 euros. Por contra, un directivo del Banco Central alemán, Carl-Ludwig Thiele, avisa que la limitación del pago en efectivo significa una pérdida de libertad para los ciudadanos. Verdes y liberales también se oponen a los planes gubernamentales.
En los países nórdicos corren malos vientos para el dinero físico. Dinamarca no imprimirá más billetes a partir de 2017. Noruega está considerando adoptar medidas similares. En Austria, en cambio, se ha impuesto una solución que pretende contentar a todos, como es propio de una nación maestra en el arte de la componenda: en el sector de la construcción –el 6 % del PIB – se permite seguir pagando en metálico, pero quien lo haga no podrá obtener deducciones fiscales. El Ministerio de Hacienda quiere combatir así la economía sumergida, muy extendida en este ámbito, pero no desea proceder contra el uso del dinero físico, al que los austríacos tienen una marcada afición.
Al igual que en Estados Unidos, en Europa también hay móviles ocultos detrás del rechazo a los billetes. Los estados y la UE, sus gobiernos y sus bancos centrales, no desaprovechan ninguna oportunidad para incrementar el control sobre la ciudadanía. Si desapareciera el dinero físico, los bancos podrían practicar sin limitaciones su más reciente invento: los intereses negativos. El negocio es redondo al convertir a los acreedores en deudores. Gobiernos y bancos centrales están felices con su nuevo juguete; sin embargo, esta acrobacia financiera, que inunda de dinero los mercados, no ha servido hasta ahora para reactivar la economía.
El dinero físico puede ser incómodo, pero es expresión de libertad. Haremos bien en defenderlo de la voracidad controladora de estados y mercados. Afortunadamente, no estamos solos. El Banco Nacional Suizo (SNB) acaba de anunciar que de ninguna manera suprimirá los billetes de 1.000 francos –el billete en curso de mayor valor en todo el mundo–. Considera que su retirada apenas ayudaría en la lucha contra la delincuencia.
Alejandro Navas
Profesor de Sociología de la Universidad de Navarra